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La Canción de Naná

La humedad en las piedras del río siempre se sentía bien en las manos de Naná. La joven taína siempre había comparado esa frescura con la calidad de vida en el batey. El pasar sus manos por las rocas frías siempre había sido su parte favorita de ir a pescar con su padre. Este día la corriente del río brillaba con la luz del sol y el sonido del agua turbia le provocaba una clama dentro de Naná. Tomó un largo aliento, cerrando sus ojos, escuchando los sonidos de la naturaleza, recibiendo el aire limpio dentro de sus pulmones y desechando aquellos malos espíritus que puedan perturbar su mente o su corazón.

- ¿Estarás ahí, haciendo nada mientras pesco? - Le preguntó su padre en aquél lenguaje fuerte y antiguo. Era un hombre alto y de pecho grande. Su cabello, tan negro como una noche sin estrellas, lo distinguía entre los demás, claro, a parte del enorme medallón dorado que colgaba de su cuello. Un plumaje hermoso decoraba su cabeza. Miles de colores danzaban con el viento y hacían que su padre pareciera otra mágica criatura del bosque.

- Ya va, estoy aquí. - Naná le respondió y se movió hacia el.

La pesca había sido fácil. Un manjar de dajao ocupaban las aguas hoy y prácticamente los invitaron a degustar de ellos. Esta noche la familia celebraría la pesca exitosa y comerían hasta explotar.

La noche llegó con rapidez después de la cena. Naná estaba sentada a las afueras del bohío de su familia, viendo a sus dos pequeños hermanos jugar con un coco seco. Mahuel y Arayoán, dos pequeños gemelos que le daban dolores de cabeza a todo el batey con sus travesuras. Naná los amaba con todas sus fuerzas aún así. A veces era ella misma quien le daba las instrucciones a los dos juguetones para que molestaran a los ancianos de la aldea. Le gustaba ver a todos perseguir a los renacuajos y que ellos se lograran escapar con la rapidez de sus pequeñas piernas.

Su padre salió del bohío y se sentó a su lado. En sus ojos Naná notaba que algo lo ocupaba. - Naná, mañana tendremos invitados al batey. Una tribu que vive al otro lado del bosque, un pueblo que pesca en el mismo río que nosotros. Cenarán en nuestro hogar, en nuestra mesa. Necesito que mantengas un buen comportamiento y que nos ayudes con tus hermanos. Esto es muy importante. - Su padre le dijo.

- ¿Qué ocurre, padre? ¿Está todo bien? - Naná no había visto a su padre tan serio desde el día de nacimiento de sus hermanos.

- Es un día muy importante, - le dijo su padre. - necesito que me obedezcas y confíes en mí. ¿Harías eso?

- Claro, padre. - Si su padre, el cacique del batey le estaba dando estas órdenes, quería decir que esta visita de esta tribu traía consigo posibles problemas. Naná solo se preguntaba cuáles podrían ser. No eran usuales los problemas en su tribu. Todos se llevaban bien y habían alimentos suficientes. El tipo de problemas que se veían usualmente eran manejables; algún animal que se estaba comiendo las siembras o cosas de ese tipo de naturaleza.

En la mañana, todos avanzaban para prepararse. Los músicos limpiaban sus instrumentos, las mujeres sacudían los mantos más preciados y los acomodaban en medio del suelo para que los invitados descansaran cómodamente. Los aromas de la comida ya perfumaban el batey y a Naná se le hacía la boca agua.

La joven princesa tenía un mal presentimiento acerca de estos invitados. Le había provocado un malestar en su estómago. No pudo tomar su desayuno, lo cual su madre, la Gua Tanamá, encontró extraño. Aún así, no quería molestar a su padre con estos pensamientos llenos de disturbio.

La multitud llegó cuando el Sol descansaba en el alto cielo. Hombres y mujeres fuertes atravesaron el río. Madres levantaban a sus crías por encima de sus cabezas para que así no se vieran siendo mojadas por las aguas.. Los hombres levantaban sus armas.

El cacique de la tribu, quien llevaba un medallón colgando de su cuello, similar al del padre de Naná, iba al frente de su pueblo. Lucía su cabello atado con un lazo en la coronilla de su cabeza. Largas plumas blancas guindaban de sus orejas. Su vestimenta lo hacía ver como un hombre de una presencia intimidante pero su rostro era uno suave y de piel limpia, lo cual contrarrestaba esta primera impresión.

- Mi nombre es Ri, - dijo el cacique visitante, llevando un puño a su pecho y haciendo una reverencia. Junto a él estaba una mujer de figura gruesa y una piel oscura hermosa. Al lado de ella sonreía estúpidamente un joven esbelto que no paraba de mirar a Naná extrañamente. - Esta es mi esposa Macú y mi hijo Ma Ri. La tribu Guatú los saluda.

- Nos complace que nos acompañen. Mi nombre es Magúey. - El padre de Naná dijo. Giró su cabeza y la miró. - Esta es mi hija Naná y esta es su madre, Yayá. La tribu Yarabi les da la bienvenida.

La comida y la música fluían dentro de la choza del cacique. Los espíritus celebratorios de los invitados llenaron la gran choza de un gozo eterno. Los hombres bebían y las mujeres bailaban. Los pequeños, incluyendo los hermanos de Naná, corrían en los interiores. Su madre, la hermosa Yayá, tuvo que regañarlos y decirles que corrieran afuera. Naná reía. Al menos hasta que lo vió.

El hijo de Ri, el gran cacique invitado, no paraba de mirarla. Toda la noche, entre medio de todas las copas que había tomado, Ma Ri observaba a Naná con maldad en su mirada.

El joven se dio cuenta de que Naná lo había atrapado observandola y se giró para susurrar algo en el oído de su padre, quien estaba sentado a su lado. El cacique Ri alzó su copa y comenzó a dar golpes fuertes en su pecho. El sonido era uno retumbante e hizo que la fiesta se calmara hasta quedar en silencio.

- Maguéy, mi hijo me solicita que te avise lo ansioso que está de poder comenzar con las negociaciones para las que vinimos. - Dijo Ri.

El padre de la princesa Naná lanzó una mirada rápida en la dirección de su hija. De inmediato Naná supo que algo estaba a punto de ocurrir que no sería de su agrado. Maguéy le sonrió a sus invitados. - ¡Por supuesto! ¿Por qué esperar más? - Contestó.

- Hermosa Naná, - Ri dijo mirando a la princesa con maquinación detrás de sus ojos. - mi hijo, el fuerte y perseverante Ma Ri, desea declarar en esta preciada noche su apreciación por tu eterna belleza y renombrada fuerza. ¡Es su intención el proponerte matrimonio!

Naná se encontraba sin palabras. Tornó su mirada hacia su padre pero éste sólo le ofreció una sonrisa incómoda. Este era su plan desde el principio, pensó.

- No. - La princesa dijo sin titubear. - No es mi deseo el ser intercambiada como una pieza de oro entre las tribus. La mirada de el cacique Ri cambió de ser una llena de maquinación a estar llena de mil preguntas.

El gran jefe miró al padre de Naná. - Esto no es lo prometido, - dijo indignado. - Las tribus deben unir fuerzas para la guerra que ha de venir. Maguéy, haz a tu hija malcriada notar lo excelente que es esta propuesta.

Maguéy se notaba atribulado por un momento pero después de pensarlo dijo: - Ya han recibido una contestación. Si mi hija no desea ser la esposa de tu hijo flacucho entonces esa es su decisión.

Naná sonrió.

Pero esta noche el cacique Ri no sonreiría. Lanzó su copa al suelo, derramando el líquido sobre las alfombras y salió del bohío en una tormenta de enojo. Su familia y seguidores detrás de él. Su hijo, Ma Ri, tomó su tiempo en salir, ofreciendole a Naná una mirada rencorosa. Naná le ofreció su lengua. Esto pareció agilizar sus pasos.

La tribu Guatú cruzó el bravo río durante la tarde y se perdieron entre los árboles. Naná miró a su padre, ambos allí a la orilla del río, e inclinó su cabeza en agradecimiento. Su padre le devolvió la cortesía. Ambos cenaron y rieron hasta la llegada de la noche. Observaron las estrellas brillantes que se estrechaban a través del cielo.

El batey se llenó de silencio poco después, seguido por el relajante sonido del coquí y los grillos. El viento frío de la noche soplaba en el rostro de Naná y el sonido de la corriente del río calmaba su mente. Escuchaba a la distancia a Yayá, su madre, regañar a sus hermanos porque ya era hora de dormir. Sus hermanos entraron a el bohío, llenos de quejas.

Naná siempre fue un ave nocturna. Nunca podía atrapar el sueño hasta a muy adentro de la madrugada. Y esta noche era más especial. Su padre le había permitido tomar su primera decisión como adulta y era algo que no podía sacar de su mente. Estaba llena de orgullo y de…

¿Qué fue eso?

El ruido la puso en alerta. Algo entre los árboles, al otro lado del río. Naná buscaba el rastro de alguna antorcha. Se imaginaba que tal vez algún miembro de la tribu Guatú había olvidado algo. No veía nada. Solo oscuridad entre las ramas que el viento movía. La princesa levantó su lanza del suelo y tomó una posición defensiva. Sentía la suave tierra adaptándose a la posición de sus pies y colándose por sus dedos. Su mano derecha rodeaba el mango de su arma con fuerza. Una energía la llenaba de valentía y rebosaba dentro de su pecho.

La navaja puntiaguda brillaba con la luz de la luna y le movía con la fluidez de los brazos de la princesa. - ¡Muéstrate, cobarde! - Gritó hacia la noche. Nadie respondió. Naná comenzó a dudar de que tal vez nadie había hecho un ruido. Tal vez fue tan solo uno de los miles de perros que caminaban por el bosque en busca de presa. Naná no se pondría en ridículo alertando a la mitad de los soldados del batey por tan solo un ruido extraño. Este día había sido uno muy especial para dañarlo de esa manera.

Bajó su lanza y volvió a tomar asiento en la suave tierra.

Un ruido agudo llenó su cabeza tan rápido como la suave fluidez del río se transforma en una corriente brava. La princesa vio como el suelo se levantó y la recibió.


Naná sentía el sabor a metal llenando su boca. Un dolor horrible hacía que su cabeza palpitara. La tierra húmeda acariciaba su rostro y se moldeaba ante la estructura de su cara. Era lo más cómodo que Naná había sentido en un largo tiempo. Si no fuera por el dolor horrible que corría desde su cabeza y se repartía por su cuerpo, tal vez lo hubiese podido disfrutar más.

La princesa trataba de ajustar sus ojos porque de alguna manera notaba que las antorchas que alumbraban la noche en el batey habían aumentado su resplandor. Pero cuando sus ojos volvieron a la normalidad se dio cuenta que no eran las antorchas. El batey ardía. Las llamas arropaban las casas y nubes de humo oscuro corrían hacia los cielos.

A lo lejos Naná escuchaba los gritos de las mujeres y los niños. Gritos llenos de dolor y angustia. Los hombres taínos chocaban sus lanzas y lanzaban flechas en contra de soldados que Naná solo reconocía como miembros de la tribu Guatú.

Soldados de ambas tribus luchaban ferozmente y tomaban heridas que Naná sabía que no sanarían con facilidad. El olor de la sangre y la muerte corría a través de los aires. Me tengo que levantar, tengo que ayudarlos, Naná pensaba. Pero todas sus fuerzas parecían haber abandonado sus fuertes brazos y sus hábiles piernas.

El horror llenó su corazón.

En la distancia, Naná notó que sus hermanos pequeños corrían fuera de su bohío, llenos de espanto. Ambos estaban agarrados de manos y corrían tan rápido que sus piernas se enredaron y cayeron, sus cuerpos levantando el polvo de la tierra el cual la calor del fuego había secado. Detrás de ellos caminaba Ma Ri, hijo del cacique de la tribu Guatú y el hombre el cual Naná había rechazado. El joven tenía una navaja en su mano y caminaba hacia los hermanos con una sonrisa llena de placer en su rostro.

Mahuel, uno de los pequeños, se levantó de la tierra y corrió hacia Ma Ri para lanzar puños contra su estómago. Pero aún así, Ma Ri tomó sus manos con un jalón e introdujo la navaja en su frágil cuello. Sangre llenó la boca del niño y corrió por su pecho como cascada.

Atabex, dame fuerzas, Naná oraba.

Mahuel cayó al suelo como un muñeco que estaba hecho de aire. Ma Ri tornó su mirada hacia donde Naná estaba, herida y sin fuerzas. La princesa trataba de arrastrar su cuerpo hacia una roca cerca de ella. El calor del fuego soplaba contra su rostro.

Arayoán, el segundo hermano de Naná, observaba con horror el cuerpo ensangrentado de su gemelo. Sus flacas piernas trataron de escapar de la cruda escena. Naná observó que trataba de correr en dirección al río pero no había tomado más de cinco pasos cuando Ma Ri lanzó su navaja afilada. Giró a través de los aires y Naná casi podía contar cuantas veces daba vueltas, acercándose cada vez más a su cruel destino. La navaja escondió su filo dentro de la cabeza del pequeño niño, haciendo que éste cayera en la tierra, su sangre bañando la oscuridad entre las piedras.

Frío atravesó el cuerpo de la princesa taína.

La imagen de ver a su último hermano caer, solo unos pasos frente a ella era como algo que sólo podía pertenecer a una pesadilla. Naná escuchó que el río cobraba fuerzas y entendió que esta era su única oportunidad. La herida en su cabeza era muy grave y no la permitía tener completo control de su cuerpo. Ma Ri se aproximaba en su dirección con una sonrisa de oreja a oreja.

Naná giró su cuerpo y usó las pocas fuerzas que le quedaban en sus brazos para arrastrarse hacia el río bravo. Cuando el agua tocó su piel era como un antiguo amigo llegando a su encuentro. La princesa se dejó reclamar por las aguas y la corriente comenzó a arrastrar su cuerpo hacia un nuevo destino. Los rostros de sus hermanos fue lo último que vio antes de que toda su mente se ahogara en negro.

Cuando los ojos de Naná se abrieron nuevamente su corazón casi salta fuera de su pecho. Vio las ramas secas que le daban forma al techo de una choza. Pensó que se encontraba nuevamente en su batey y que su madre pronto vendría a decirle que todo había sido un horrible sueño y que todo estaría bien. Rápidamente se dio cuenta de que esa no era su realidad. La choza era una mucho más pequeña que la cual ella vivía. La cual ahora arde por toda la eternidad, la princesa pensaba.

El tocón de un árbol cortado servía como asiento en medio del bohío y cáscaras de frutas secas yacían en las multitudes entre el suelo.

Naná trató de levantarse pero prontamente se dio cuenta de que su herida en la cabeza no había sanado. Aunque la sangre había parado de fluir de ella y un parche hecho de tierra y plantas había sido colocado para evitar infección.

- ¡Hola! - La princesa gritó con pocas fuerzas. Nadie respondió. La luz del día entraba por las rendijas de la choza, lo cual le hizo notar a Naná que había pasado la noche en este lugar. Tan pronto el pensamiento de la noche vino a su mente, el resto de la pesadilla lo acompañó; el ataque en el batey, las chozas ardiendo, su extremo dolor de cabeza, el olor a sangre y tierra seca, muerte… sus muertes.

- Si gritas o te mueves bruscamente, te lastimarás más. - Una voz dijo. Naná tornó su rostro y vio a la pequeña anciana arrodillarse lentamente cerca de ella. Con sus dedos arrugados puso más tierra y ramas en su cabeza. Los presionó para que tomaran la forma de la herida y esto hizo que Naná se estremeciera.

La anciana la observó con incertidumbre en su mirada. - El río te trajo hasta aquí, - la anciana le dijo. - ¿Eres de los Yarabi? - Naná asintió ligeramente. La anciana asintió también, como si todas sus dudas habían sido confirmadas. Puso sus manos en el suelo y se levantó.

- No tenías que salvarme. - Dijo Naná. - ¿Por qué lo hiciste?

La mente de la princesa comenzaba a nublarse nuevamente. La choza se desvanecía entre la luz del día y arrastraba a la anciana consigo. - La sangre es sangre. - Naná escuchó a la anciana decir antes de que el sueño la atrapara.

Los días siguientes fueron más fáciles para la princesa. Se pudo sentar en la grama seca que la anciana había amontonado en una esquina de la choza y pudo probar las sencillas comidas que la anciana confeccionaba. Dos veces Naná había tratado de levantarse y dos veces las fuerzas se le iban de su cuerpo y la dejaban caer al suelo. Pero a la tercera vez puedo llevar algo poco parecido a estabilidad en sus piernas y dar varios pasos débiles.

- ¿Por qué eres tan terca? - La anciana le dijo una noche. - No has sanado aún. ¿Qué crees que ocurrirá? Irás de regreso a tu pueblo y caerás al suelo antes de que puedas levantar tu lanza.

- No sabes nada, - Naná le había contestado y se había ido a dormir con enojo hacia la anciana ignorante.

El sol de otra mañana acariciaba el rostro de Naná cuando sintió el peso de un paquete caer encima de su estómago. Cuando miró a la puerta de la choza vio a la anciana comiendo una fruta. El jugo corría por su barbilla arrugada mientras miraba a Naná. - Es tiempo de que te vayas. - Dijo.

- ¿Qué? No estoy lo suficientemente fuerte. Lo sabes. Creo que debería quedarme un tiempo adicional.

- Estás fuerte. ¿Cómo no? Tu odio te empuja y te da fuerzas. - La anciana lanzó la cáscara de la fruta a una esquina de la choza.

- ¿Por qué hablas con acertijos? Di lo que piensas de una vez. - Naná contestó.

La anciana tomó asiento en el tocón del árbol picado. Miraba a Naná con tristeza y sabiduría en sus ojos. - Cuando yo era una joven guerrera, al igual que tú ahora, mi padre fue a cazar al bosque con dos otros hombres de nuestra tribu. Allí encontraron un gran cerdo el cual persiguieron hasta matarlo. Mi padre y sus dos amigos estaban muy emocionados por traer ese gran premio del cual todos íbamos a disfrutar en el batey. Pero lo que no sabían era que dos hombres de una tribu vecina los persiguieron secretamente. Cuando vieron que habían matado al cerdo, se revelaron.

- Los hombres mataron a mi padre y a uno de sus amigos. - Continuó la anciana. - El otro fue herido pero pudo llegar al batey para avisarnos de los sucedido. Cuando más hombres de la tribu viajaron al bosque, encontraron la cabeza de mi padre entre los arbustos. Después de ese día lo único que se sentía era odio y sed por sangre en el batey. Esto llevó a mi tribu a una guerra con aquella tribu vecina. Murieron más de cincuenta hombres. Las mujeres fueron violadas y los niños se tuvieron que esconder en el bosque en donde sobrevivieron hasta morir de hambre. Yo fui la única que sobreviví. Decidí vivir con las pocas comodidades que provee la naturaleza y me acostumbré a aquello que la vida había puesto en mis manos.

- Te rendiste, quieres decir. - Naná dijo bruscamente.

- Algunos podrían verlo de esa manera. Aquellos que estén dispuestos a morir por una batalla vieja, en donde cientos ya han derramado su sangre sin ningún resultado beneficioso, son bienvenidos a hacerlo. Yo solo prefiero vivir.

- ¡Mataron a mis hermanos! ¿Se supone que cruce mis brazos y deje que el tiempo pase y que mi piel se llene de arrugas como tú? - La princesa dijo con lágrimas en sus ojos.

- Tendrás tu justicia. Pero no dejes que tu odio te guíe. Honra el asesinato de tus hermanos con una muerte justa y limpia. Demuestra que no eres igual de cobarde o igual de cruel que ellos.

Naná entendió. Sabía lo que tenía que hacer y cómo hacerlo. - Hace días dijiste algo extraño que no comprendí: “La sangre es sangre”. ¿A qué te referías?

- Una misma sangre corre por nuestras tribus taínas. Por eso te salvé. La sangre siempre merece ser preservada. - Contestó la anciana.

Naná se fue en la noche, dejando que la luz de la luna guiara sus pisadas a través de la oscuridad del bosque. La despedida entre la princesa y la anciana no había sido fácil. Naná ahora la consideraba como familia, dado a que le salvó su vida y le mostró la manera correcta en la que debía sanar las heridas de su alma. Tomó las arrugadas manos de la anciana y las besó bajo la entrada de la pequeña choza en donde había regresado a la vida.

- Cual es tu nombre? - La princesa le preguntó a la anciana.

- Ya no tengo uno. Decidí olvidarme de él hace mucho tiempo, cuando aquellos asesinos se lo quitaron a mi tribu, a mi familia. Ahora no merezco cargar ningún nombre.

- Si lo mereces, - contestó Naná.

- No, tú lo mereces. Tú que estás llena de fuerza y vida. Ve, ve y recuperalo. - La anciana beso el rostro de Naná y la envió en su camino.

Los grillos cantaban dentro del bosque y el viento frío acariciaba el rostro de Naná. Bajo sus pies, las hojas y las ramas secas crujían. La princesa escuchaba el flujo del río mientras más se acercaba a él. Lo seguiría hasta donde alguna vez estuvo su hogar y su familia. Parecía que habían pasado horas sin que Naná escuchara algo más que el sonido del agua y la naturaleza hasta que en la distancia vio como la luna alumbraba unas ramas que se movieron extrañamente.

Naná se agachó y tiró al suelo el bolso en donde cargaba la comida que la anciana le había empacado para el viaje. A dos pasos de ella, una rama larga y ancha yacía entre los arbustos. La princesa la recogió y se acercó lentamente hacia donde había visto las ramas moverse.

Cuando escuchó voces, Naná buscó el árbol más alto que pudo encontrar y comenzó a escalar, regresando la rama al suelo. La corteza raspaba sus manos y pies mientras trepaba pero no podía detenerse. Se apoyó de las ramas más grandes y ahí se detuvo. Sus ojos le tomaron algún tiempo para acoplarse a la oscuridad pero cuando lo hicieron, Naná vio las figuras de dos personas. Caminaban entre los árboles cuidadosamente. Parecía como si trataban de no ser detectados. La princesa rápidamente se dio cuenta por qué lo hacían. Unos pasos más adelante, la figura de un animal grueso en tamaño buscaba escape entre las ramas.

Naná no distinguía si era un cerdo o un perro pero lo que sí podía ver era que los dos cazadores lo habían acorralado entre una roca gigante y unos árboles. El animal no tenía escape. Uno de los cazadores sacó su navaja y la lanzó, dandole perfectamente en el estómago al animal. Un recuerdo horrible regresó a la mente de Naná. El recuerdo de su hermano pequeño siendo impactado por la navaja de Ma Ri y el polvo del suelo levantándose al niño caer.

Pero… es imposible. Todavía estoy a alguna distancia del batey. Aún así, allí estaba. Giró su rostro y rió una sonrisa delgada y perturbadora. Naná reconocería esas facciones por el resto de su vida y las temería.

Las manos de la princesa resbalaron entre las ramas y por poco cae, pero alcanzó su balance nuevamente. Esto no evitó que Ma Ri y su compañero se dieran cuenta del ruido. Naná se ocultó entre las hojas lo mejor que pudo pero pudo ver cuando Ma Ri comandó a su compañero a que investigara lo que había causado el pequeño disturbio. El soldado atravesó los arbustos cuidadosamente, apuntando su navaja entre la oscuridad.

Naná controlaba su respiración entre las alturas. El sudor frío bajaba por su cuello y viajaba hacia sus pechos. Cuando el soldado se colocó justo debajo de su árbol, sabía que era el momento perfecto. Naná crujió unas ramas y llamó la atención del soldado asustado, quien ahora daba un grito de alerta cuando la princesa se lanzó sobre él. La navaja que agarraba el soldado se escapó de sus manos y Naná no perdió tiempo para recogerla. Agarró el cabello del soldado caído y trazó una línea roja y mortal a través de su garganta.

El crujir de las hojas secas alertó a Naná del movimiento de Ma Ri, lo cual le permitió lanzarse al suelo, esquivando la navaja que voló por los aires y aterrizó en el tronco de un árbol cercano.

El guerrero taíno se lanzó encima de ella y ambos rodaron en el suelo, tirando de sus cabellos y rasgando a sus cuerpos violentamente. Las hojas y ramas punzaban la piel de Naná mientras trataba de levantarse. Ma Ri la empujó contra el suelo antes de que sus pies pudieran encontrar estabilidad y las manos del guerrero se amarraron a su cuello. Por un segundo pensó que la dejaría sin respiración pero la princesa encontró el punto débil entre las piernas de Ma Ri y lo devolvió a la tierra.

Mientras el soldado estaba en el suelo, Naná extrajo la navaja del tronco en donde había aterrizado y la enterró en el muslo interno de Ma Ri. Sangre caliente salió expulsada de una arteria y roció el rostro de la princesa. Ma Ri dio un grito espantoso de dolor y comenzó a temblar. Naná sacó la navaja del muslo del soldado y esto ocasionó otro grito agudo.

La sangre que manchaba la navaja ahora pintaba la garganta de Ma Ri al Naná presionarla contra él. La princesa lo miraba con odio y furia, presionando el cuchillo con más fuerza con cada segundo que pasaba. Finalmente, de la boca de Naná salieron las palabras que ya no podía mantener encerradas: - ¿¡Por qué!? - Dijo con violencia.

- Porque todos eran débiles e ignorantes, - dijo Ma Ri, sonriendo una risa cubierta de sangre. - Y yo nací para exterminarlos. No hay espacio para personas como ustedes dentro de nuestra raza.

A lo lejos Naná escuchaba el aullido de los perros. Pequeñas gotas de agua comenzaban a caer de los cielos y el viento se tornaba excesivamente frío. - Eso es gracioso, una persona muy sabia me dijo lo contrario una vez. Me hizo darme cuenta de que a los débiles se les protege… - Dijo Naná. - Pero a los tiranos se les ejecuta. - La princesa alzó el cuchillo, la sangre en la navaja filosa brillaba al ser tocada por la luz de la luna. Vio como los ojos de Ma Ri se llenaban de un terror disfrazado con una confianza falsa. La imagen de aquel guerrero orgulloso se desvanecía ante los ojos de la princesa.

El cuchillo en la mano de Naná atravesó el aire con fuerza para aterrizar nuevamente en el muslo interno de Ma Ri. Su grito se unió al aullido de los perros en la noche. - Pero yo no soy como tú. Te muestro una misericordia que nunca serás capaz de entender. - Dijo Naná. La princesa alzó su rostro y vio como una jauría comenzaba a rodearlos entre las ramas del bosque. Olían la sangre fresca derramada en el suelo y se notaban impacientes por comenzar a cenar. - Dejaré que la naturaleza se encargue de ti.

Naná limpió la navaja en su nagua, se levantó del suelo y se adentró a la oscuridad del bosque nuevamente. Su respiración se había acelerado. La princesa sentía que una carga se había elevado de entre sus hombros. Lágrimas comenzaban a brotar incontrolablemente de sus ojos. Lo peor había pasado. Un nuevo camino yacía frente a ella. Un camino limpio de manchas que le permitiría honrar la memoria de su familia y luchar por preservar la cultura de su tribu.

Sí, eso suena como algo que mi padre haría.


FIN


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 MáS SOBRE EL AUTOR: 

 

Jonathan Santos Atanacio es un joven autor amateur y escritor de varias historias cortas en categorías como: ficción,  ciencia ficción, comedia y juvenil.

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