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Asesinato en el Valentín

!Oh, mi Valentín! Con cuánta claridad aún te recuerdo en mis sueños. Aquellas maravillosas fiestas que disfrutamos juntos, podían durar horas y días y meses y aún así no me cansaba de saborear cada deliciosa gota junto a tí. Todas las demás personas ignoraban tus regalos hermosos, pero yo no, yo los admiraba. Admiraba la manera en la que dabas con tanta generosidad y elegancia. Aquellas personas, tan ignorantes. Aún en mi aislamiento me burlo de ellas. No eran capaces de ver tu magia. No eran capaces de mirar más allá de tus paredes arropadas con visillos dorados, más allá de tus candelabros gigantescos y brillantes, o más allá de tus puertas tan artísticamente hechas y de tus arcos diseñados como para el palacio de un rey magnífico.

Solo yo. Solo yo soy capaz de ver tu verdadera magia. Aquella esencia que emanaba de lo profundo de tu espíritu. Me llenaba de energía y me hacía sentir como si hubiese retrocedido cincuenta años, cuando podía brincar altos brincos y rodar por el patio de mi antiguo hogar. Todo lo malo y lo enfermo sanaba y retornaba a la vida una vez más cuando estaba dentro de tus salones. Podía abastecerme en tu esplendor día y noche. Me transportaba fuera de mi aburrida vida junto al idiota bastardo de mi marido. Miralo ahí, todo sonriente, como si el mundo fuese de él. Sin ninguna otra preocupación más que tener en su mano izquierda una pequeña copa de whisky y a mi en su brazo derecho. Otro ignorante más.

Hace años que no me hacía caso. ¿Y por qué habría de hacerlo? En los ojos de él, una vieja como yo para lo que sirve es para estar pendiente a que el tenga sus cosas y para llevar a pasear cuando una de sus prostitutas no esté disponible. Así es, también sacaba su tiempito para disfrutarse unas cuantas putas que le dieran lo que yo no le podía dar en las noches. Qué bueno que lo hacía. El tenía sus putas pero yo tenía a mi Valentín. Es casi una falta de respeto el decir esas dos palabras en una misma oración. Pero así era, tenía a mi Valentín cuando yo quisiera. Lo miraba desde afuera y deseaba llevármelo más cerca de mi casa.

El hermoso frente del edificio brillaba con sus colores dorados y plata. Escrito un poco más arriba de la entrada principal estaba su nombre en letras cursivas. De tan solo mirarlo era como una invitación hacia algo más allá de nuestro mundo. Al entrar, sentías la energía vibrante por todo tu cuerpo. La música, la comida y todas las personas vestidas en sus trajes más finos hacían la combinación perfecta para transportarte en un éxtasis de felicidad.

Almorzaba allí todos los días junto a mis amigas. Aquellas chismosas nunca paraban de hablar de quién se casó recientemente o quién había quedado embarazada. Yo lo único que podía hacer era mover mi cabeza de vez en cuando y saborear la deliciosa comida que proveía mi Valentín.

Pero ese día era diferente.

Aquél día era el aniversario de mi amado palacio. Todos estábamos allí, incluyendo al imbécil de mi esposo y al resto de los ignorantes, fabulosamente vestidos. La pasábamos de maravilla. La banda esa noche tocaba tales ritmos que de tan sólo entrar por aquellas puertas simplemente tenías que comenzar a bailar. Los meseros y cocineros se movían de tal manera que no acababas de terminar tu plato y ya tenías otro frente a ti. Las bebidas estaban por todos lados y el champán, ay el champán, era como el mismo néctar de los dioses.

Por esto digo que tuve que estar envuelta en mis sentimientos, ya que no me había percatado de cuando me tocó. Me giré de momento y allí estaba, un espécimen de maravilla. Estaba vestido en su traje de pingüino y hermoso sería una pobre descripción. Era un ángel quién había tenido la gracia de bajar del cielo para bendecirnos con su belleza. Su pelo marrón destellaba brillos dorados los cuales te distraían un poco de sus ojos azul perlados. Todos los ángulos de su rostro eran absoluta perfección, apenas había una arruga en su delicada frente. No tenía idea de que querría con una vieja como yo.


-¿Te molesta si pongo mi vaso aquí? - me dijo con su voz acaramelada. Puso su pequeño vaso de cristal, que contenía un poco de whisky en el fondo, encima de la mesa alta que estaba a mi lado. -No puedo seguir pretendiendo por un minuto más que tomo esa porquería. - Continuó diciendo.

-¿No te gusta el whisky? - le pregunté.

-No sólo el whisky. Los tragos en general no son mi tipo de placer. - contestó.

-¿Cual es? - pregunté atrevidamente. Las palabras salieron de mi boca casi como un susurro y pretendí como si no las dije.

-¿Disculpa? - dijo, acercándose un poco más a mi rostro.

-Pregunté que cuál es tu placer. - dije en un tono más claro. Debió haber visto que me sonrojé ya que se rió tímidamente después de que le respondí. Dirigí mi vaso de champaña a mis labios mientras él pensaba su respuesta por un segundo. Su mano izquierda subió a la parte de atrás de su cuello y lo apretó suavemente.

-¿De veras quieres saber? - preguntó el hermoso.

-Por supuesto, por algo lo pregunté.

-Bueno, - Comenzó a decir en susurro mientras acercaba su cuerpo al mío. -mis placeres son más espirituales, por así decir.

-Ah, ya veo. - Di varios pasos hacia atrás cuando oí su contestación. Nunca me hubiese imaginado que estaba hablando con uno de esos hombres de fe. - Entonces por eso no tocas la bebida. - continué.

-Así es. - Tuvo que haber visto decepción en mi rostro, ya que continuó diciendo. - ¿Acaso dije algo mal? Pensé que ocurría algo aquí.

-Ocurría. Lo siento, cariño, es solo que no estoy buscando lecciones cristianas en mi mayor edad. Y además, tengo esposo, así que no sería correcto como sea. - Pretendí que lo que decía era cierto. Siempre fuí una buena mentirosa.

-Creo que me malentendió. - Dijo con una sonrisa adorable en su boca. - Mi deidad no es Dios exactamente. Y además, no veo a ningún hombre aquí a su lado.

-Debe estarle pagando a una de sus zorras nocturnas para el trabajo de esta noche. - Respondí, sin alguna duda en mi mente.

-Eso es una pena. Ninguna diosa como usted merece ese trato. - me dijo mirándome a los ojos, hipnotizandome con esa quijada tallada por ángeles. Sólo podía sonrojarme y reir. Me sentía como chica de secundaria hablando con aquel chico popular que todos amaban.

-¿Cual… cual es tu deidad entonces? - pregunté.

-¿Mi deidad? Pensarás que estoy loco pero es este hotel, de hecho. El Valentín es mi deidad.

-¿El Valentín? ¿Espera, a qué te refieres? El Valentín es un hotel hermoso y lleno de cosas bellas pero no es más que eso, un hotel. - Pretendí una vez más. Traté de disimular mis verdaderos sentimientos lo más que pude pero sentía algo extraño cuando miraba los ojos de aquel jóven.

-¿Por qué te mientes a ti misma? - Me dijo. -Tu sabes la verdad. ¿Por qué crees que te escogí? De todas estas personas superficiales y vacías, te escogí a ti. Tu sientes el verdadero espíritu de este lugar.

-Yo… No sé a lo que te refieres. No imagino… - Dije como una buena estúpida. Ciertamente, ¿Por qué me miento a mi misma?

El joven extendió su mano frente a mí y me sonrió de una manera que probablemente nunca olvidaré. En su rostro podía ver mi pasado, presente y futuro. No había nada que podría esconder de él. -Entonces, déjame mostrarte. - dijo.



La habitación era oscura pero aún así podías ver todos aquellos rostros observandote. Era claro que pensaban que no pertenecía a aquel lugar. Al menos aún no. Y no cuestionaba su pensar en lo absoluto. ¿Cómo iba a pertenecer yo a un conjunto de tanta belleza? Aquellas mujeres y hombres eran igual que el joven que me llevaba de la mano. Todos estaban hechos a la perfección y lo sabían. Por esa misma razón no tenían necesidad de tener ni un artículo de ropa encima de ellos.

Las mujeres mostraban sus pechos hermosos y redondos. De todos colores y variedades, no podías alejar tus ojos, simplemente tenías que admirar la belleza que eran sus cuerpos. Allí todas paradas parecían estatuas de cera que te perseguían con sus ojos. Y los hombres no eran para nada tímidos. Todos mostraban sus miembros, diferentes tamaños y formas adornaban aquel lugar entre sus piernas y llamaban la curiosidad de cualquier espectador.

-Este es el nuevo Edén. - Me dijo el joven mientras me llevaba de la mano por aquellos pasillos llenos de tanta libertad. -Aquí no tenemos miedo de ser quienes somos y de juntarnos en nuestro amor unánime por el hermoso Valentín.

-¿Por qué yo? Por qué me muestras esto? - Le pregunté.

-Porque necesitas ser libre de una vez y por todas. - Me contestó, mirándome a los ojos intensamente. El mundo era un lugar más seguro cuando estaba dentro de esa mirada.

Nos acercamos a una puerta roja con muchas manos marcadas en ella de color blanco. Se podían escuchar cánticos saliendo de aquella pequeña habitación. Cánticos extraños a mis oídos. La energía en aquel lugar cambió. No teníamos que entrar en la pequeña habitación para saber de que algo sobrenatural estaba pasando. Las paredes del hotel comenzaban a vibrar, estaban llenándose de poder. El joven se dejó ir de mi mano y abrió la puerta. Aquel lugar era tal como me lo imaginaba. Mesas con manteles blancos estaban llenas de velas encendidas de diferentes tamaños. Varios miembros desnudos en aquel lugar bailaban en el medio de esta habitación. Todos se veían tan alegres, sus rostros eran como de niños libres jugando agarrados de manos.

Al final de la habitación estaba montada en la pared una foto del hotel Valentín, enmarcada en un cuadro dorado que brillaba gloriosamente con la luz de las velas. Mi atracción hacia la montura de aquel cuadro era tanta que casi no vi lo que estaba debajo de este. Cuando los miembros dejaron de bailar y se formaron en filas para poder apreciar la ceremonia, vi a un pequeño hombre sentado en una silla de madera con sus brazos amarrados a esta. Sus ojos estaban cubiertos por un pañuelo negro y su respiración era rápida y fuerte. Era claro de que no sabía lo milagroso que era aquel lugar.

Me acerqué a él con cuidado y le puse mi mano izquierda en su pecho. Su corazón corría como una máquina imparable. Le quité la venda de sus ojos con mi mano derecha delicadamente. Mi esposo me miró con ojos llenos de confusión y miedo. Su frente estaba empapada en sudor y las palabras que quería decir no podían salir de su boca. No comprendo aún qué era lo que lo llenaba de tanto temor. Estábamos en un lugar de paz, no había necesidad de alguna preocupación. -¿A... A... Ana, qué hacemos aquí? - Me dijo tartamudeando.

-Estamos aquí para ser libres al fin. - Le respondí. El jóven elegante se acercó a mis espaldas y puso en mi mano un objeto largo y delgado. Lo levanté a mi rostro y vi que los hermosos destellos de las velas se reflejaban en el. Era como un espejo plateado que te enseñaba el camino a la libertad. Sabía inmediatamente lo que era necesario hacer para ser transportada a aquella nueva vida que añoraba tanto. -E... Espera, Ana. - Tartamudeó mi esposo.

La sangre caliente salió expulsada de aquella ranura larga y fina y se derramó en mi traje blanco de gala. Causando que se convirtiera en una obra de arte que celebraba la vida. No podía contener mi sonrisa ante todo lo que estaba pasando. Sentía que mi corazón iba a salirse de mi pecho si no comenzaba a bailar. Tiré la navaja en el suelo y comencé a girar dentro de aquella sala. Mis brazos se levantaron en el aire y sentía como si estuviese tocando las nubes. Aquella nueva alegría que corría por todo mi cuerpo podía guiarme a nuevos lugares, nuevas aventuras que siempre habían sido destinadas para mi pero que el tiempo me robó en algún momento.

No me di cuenta de cuando salí de la habitación roja. Sólo sentí el momento en el que varias manos trataban de agarrarme y detenerme. Pero yo era muy rápida para ellos. Estaba en un tiempo y espacio en el que tal vez ellos nunca podrán estar. Podía ver toda mi vida ante mis ojos; mis errores, mis desgracias, mis momentos felices, mis tristezas, mis celebraciones, mis finales. Todas estas etapas habían culminado. Ahora comenzaba una nueva vida llena de esperanza y fervor.

Abrí mis ojos y allí estaba, la luz brillante ante mis ojos no dejaba que viera el lugar pero poco después veía todo con claridad. Cientos de rostros me miraban con horror. Aquellas personas, aquellas garrapatas de la vida no se daban cuenta del renacimiento que ocurría ante ellos. O tal vez era la obra de arte que llevaba puesta. Mi vestido bañado en sangre que llenaba aquella sala de color ante todo el resto de la frialdad de tintes. Vi a hombres uniformados en azul entrar por las puertas del Valentín, sus pistolas en sus manos. Me alegró el poderlos tener a todos allí para que pudieran ver lo que era la verdadera felicidad. Así es.

-Felicidad, - dije.





 MáS SOBRE EL AUTOR: 

 

Jonathan Santos Atanacio es un joven autor amateur y escritor de varias historias cortas en categorías como: ficción,  ciencia ficción, comedia y juvenil.

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