El Expuesto (muestra)
La verdad es que nunca conocí a mi padre. Tal vez si estás leyendo esto antes del año 2050 no te parecerá tan asombrosa esta declaración. Mis abuelas siempre me dijeron que las cosas eran mejores en aquella época. No había tanta presión en la familia para tener un hombre que funcionara como padre. En estos tiempos la carencia de un padre de familia trae vergüenza y deshonra para el resto de los miembros. Así nos convertimos en una de las minorías, echados a un lado y abusados por la sociedad. Por esta misma razón, algunas de las mujeres que quedaban embarazadas y poco después se encontraban siendo abandonadas por sus esposos tomaban la decisión de acabar con su desgracia antes de que comenzara.
Se podía ver por todos lados. Las cadenas de noticias eran las más que se lucraban cuando una vez más se reportaba que otra mujer se había quitado su vida y la de su bebé recién nacido, o tal vez a punto de nacer. Los grandes grupos de mujeres casadas, siendo cuidadas por sus esposos adinerados alzaban una campaña de inmediato para recaudar dinero y entregárselo a la familia de la fenecida. Pocas de estas veces se lograba obtener suficiente dinero que sirviera para comprar al menos una libra de pan. Nadie quería darle dinero a la familia de una pobre desgraciada que, de acuerdo con ellos, había tomado la decisión correcta en hacer lo que hizo. “Quién habría querido vivir así?”, decían.
El problema con todo esto era que si el esposo de la madre no reconocía a su hijo y de la misma manera le otorgaba su apellido, este hijo era considerado una abominación y por lo tanto no tenía derecho a ser partícipe de la sociedad. Esto es parte de los nuevos sistemas, los cuales plantean a través de sus leyes que el sexo femenino es extremadamente inferior al masculino, ya que los hombres son los únicos que tienen el poder para dar la semilla que da fruto a sus hijos e hijas. Así, las mujeres pasarían a ser solo un almacén que provee el desarrollo del llamado “espécimen” y no serán dignas de comparación ante el sexo masculino.
Solo hay una manera en la que algunos de estos niños y niñas pueden ser reconocidos por la sociedad y se les permite trabajar para sustentar a su familia cuando lleguen a la adultez; se tenían que convertir en Expuestos. Para que un infante se pudiera convertir en Expuesto, la madre de éste tendría que abandonarlo y entregarlo a los Conquistadores, los cuales son los líderes políticos actuales. Los Conquistadores entonces llevarían al bebé a un lugar conocido como “La Torre”.
La Torre está localizada en el mismo centro de la Capital y es la estructura más grande de todo el pueblo. Está hecha de tal manera que no tiene lados exactos, más bien está formada por piezas metálicas cuadriculadas que sobresalen de todas las direcciones y se amontonan una encima de la otra, de mayor a menor para crear una similitud a un alfiler torcido. En algunos de los lados sobresalientes, los Conquistadores colocan a los niños o niñas que les habían sido entregados y los dejaban allí para que fuesen resacatados por alguna persona valiente que se atreviera a escalar La Torre y rescatarlo. Basta decir que esto ocurría muy pocas veces.
La parte baja de La Torre era comúnmente conocida como La Pérdida, ya que los restos de todos los niños Expuestos se encontraban allí tirados. Si pasabas por aquel lugar durante las horas de la tarde podías olerlos aún, descomponiéndose ante tus propios ojos. Algunos ya eran sólo huesos y cráneos que se amontonaban tan alto que llegaba a parecer que eran parte de la misma Torre. Nadie podía hacer nada al respecto. A veces personas recién mudadas a la ciudad trataban de limpiar la base de la Torre pero no se volvían a acercar al lugar cuando los soldados de la Capital les daban una cálida bienvenida con sus batutas.
Sólo existe la escala. Si deseas hacer algo por los Expuestos tan sólo tienes que escalar la Torre y les estarías salvando la vida. Por supuesto, nadie lo ha hecho. Nadie lo ha hecho en años. Pero esa historia ahora es tan sólo una leyenda contada por los artistas de la ciudad, a veces incluso podías ver murales pintados con el semblante de aquella mujer que una vez decidió escalar la Torre para salvar a un pequeño bebé de ojos café y fuertes chillidos.
Si le preguntas a cualquier persona en la Capital te dirían que ella era una guerrera, que había llegado a la ciudad decidida a escalar la Torre y a salvar a ese pobre Expuesto de su muerte segura. Esto suena hermoso, por supuesto, pero la realidad es que la mujer era tan sólo una sirvienta en la casa de un hombre adinerado que tenía tanta plata que mantenía a sus dos esposas y cuatro hijos con su apellido. Ella había llegado a la casa de este hombre con apenas trece años de edad para trabajar en sus cocinas, con la promesa de que si daba un buen servicio el hombre adinerado le permitiría casarse con uno de sus hijos.
-Vas a comportarte! Harás todo lo que ese hombre te diga que hagas y no pongas esas caras porque no estaré ahí para defenderte. - Le dijo su madre al dejarla en la puerta.
-Así lo haré, mamá. - Ella contestó.
-Sabes todo lo que está en juego, si me defraudas no hay vuelta atrás. - su madre insistía.
-Lo sé, mamá. - La pequeña decía con lágrimas en sus ojos.
-No, no, nada de eso! No hay tiempo para tus changuerías. Sabes lo que tienes que hacer cuando el señor abra la puerta. Estaré observando desde el auto, no le des una excusa para que te pegue, quedó claro? - La niña asintió con su cabeza para que el llanto que tenía atorado en su garganta no la delatara. La mamá le dió un beso en la frente y la dejó allí. La niña podía ver a su madre aún montándose en su auto unas casas más adelante cuando el señor abrió la puerta. Era un hombre muy extraño, vestía un traje completamente púrpura que brillaba cuando hacía contacto con la luz del sol y en su rostro lucía largos cabellos pero sólamente en sus mejillas. El señor de la casa miraba a la niña con ojos dudosos que la examinaban cuidadosamente.
-Hola Señor, mi nombre es Pena. Le plazco, Señor? - la niña preguntó con un timbre nervioso en su voz, haciendo una cortesía de poca calidad.
-Eso creo, sí, tu funcionarás. - dijo el Señor de la casa.
Cinco años pasaron rápido y la vida de Pena había mejorado por mucho. Tenía una habitación que compartía con las otras sirvientas y trabajadoras de la casa, antes no había tenido ese privilegio. Ella venía de una familia sin padre y eso significaba estar viviendo en una extrema pobreza. También tenía sus tres comidas todos los días, algo que se le hacía fácil de obtener ya que trabajaba en las cocinas.
Esa tarde sus compañeras trataban de consolar a una de las de su grupo ya que se había enterado de que había quedado embarazada y su novio le había hecho un escándalo cuando ella le mencionó el casarse y que le diera su apellido a su cría.
-Me dijo… Me dijo que yo lo que soy es una vaca asquerosa y que mi bebé no merece su apellido. Luego… Luego me empujó y me dijo que me fuera antes de que llamara a la policía de la Capital. - La pobre muchacha decía entre llantos.
-Qué vas a hacer, Nina? No te puedes quedar sin marido, sufrirás cosas horribles! - Le dijo una de ellas. - Tan solo mira de donde viene Pena, las cosas horribles que nos ha contado! Dile, Pena, dile!
Pena estaba sentada en una de las sillas mecedoras de la habitación, sus ojos cerrados, tratando de escapar de aquel lugar a través de sus pensamientos. Solo los abría de vez en cuando y veía el rostro de la triste Nina. Sus llantos eran contagiosos para las otras muchachas de la habitación pero Pena no lloraba. No lloraba desde hace mucho tiempo ya; tal vez desde que su mamá la había dejado en aquel lugar extraño sin ninguna promesa de que volvería. Pero, mientras Pena observaba a Nina, esta se hizo una promesa. Se prometió a sí misma que nunca rogaría a los pies de un hombre para nada, y que si alguna vez quisiera tener un hijo, simplemente lo tendría y haría lo imposible para que tuviese una buena vida, llena de amor y sustento y felicidad. Pero moriría antes de llorar por ello. -Apreciaría que no me utilizaran cuando están tratando de dar un ejemplo acerca de una vida trágica. - finalmente dijo. Un golpe fuerte sonó viniendo de detrás de la puerta. Las cuatro chicas en la habitación, incluyendo a Pena, brincaron del susto.
CONTINÚA EN "The Hound Magazine". Descarga tu copia ya!